Práctica de meditación

“La práctica de meditación no se trata de deshacernos de nosotros mismos y convertirnos en algo diferente. Se trata de amigarnos con quienes ya somos”. —Pema Chodron.

Invertimos una gran cantidad de tiempo y energía vital  buscando algo que creemos que no tenemos, algo que nos hará felices. Cuando observamos nuestra experiencia desde esta perspectiva, podemos sentirnos responsables de hacer que la vida sea mejor de lo que es, de encontrar aquello que nos falta para “estar bien”, ejerciendo gran presión sobre nosotros mismos y muchas veces poniéndonos exigencias que sobrepasan la realidad que está disponible. Otras veces podemos sentir que es “el mundo” el que nos impide sentirnos completamente plenos y felices, y que nuestra felicidad depende de que ese mundo cambie y deje de ser tan injusto, deprimente o insuficiente para que nosotros podamos florecer y convertirnos en quienes pensamos que debemos ser.
Hace un par de años asistí a una práctica de meditación con Greg Mayers, un Roshi zen que también es sacerdote católico. Recuerdo que ese día me sentía especialmente incómoda conmigo misma, insuficiente. Probablemente fue esa sensación con la que llegué la que me llevó a imponerme con cierta severidad el “hacer una buena práctica”, es decir, no permitir que mi mente se distrajera ni por un segundo y seguir todos los pasos al pie de la letra (por alguna razón asumí que el hacer una buena práctica consistía en eso).  Al finalizar la meditación, Mayers procedió a dar una breve charla sobre la práctica y recuerdo nítidamente sus primeras palabras: “No hay nada que necesites cambiar. Todo está perfecto en ti”. Esto era algo que había escuchado y reflexionado varias veces, pero esa tarde tocó mi corazón y resonó profundamente, liberándome de una presión y rigidez que, como descubrí en ese momento, no me llevaban a ninguna parte.
Cuando hablamos de caminos espirituales, meditación, técnicas de desarrollo personal, maneras de cultivar una mente más sana y consciente, podemos caer en el extremo de utilizarlos como una manera más de exigirnos ser mejores, más conscientes, más productivos, menos distraídos, más espirituales, o de tener una vida siempre tranquila y sin mayores dificultades. Esta exigencia rígida nos puede conducir a tratarnos con cierta severidad, culparnos o frustrarnos cuando sucede justamente aquello que consideramos indeseable y quisiéramos cambiar.  Desde esta mentalidad podemos tomar un arranque de rabia como si fuera una prueba contundente de lo mal que lo estamos haciendo.
La monja y maestra de budismo tibetano, Pema Chodron, dice que cuando hablamos de mindfulness no estamos hablando de algo rígido ni de una disciplina que nos podamos imponer a nosotros mismos para limpiar nuestras acciones o a nosotros mismos. La práctica de mindfulness, dice, es más bien el intento por traer un sentido de amabilidad y apertura hacia cada pequeño detalle de nuestras vidas. Para hacerlo, primero tenemos que ser capaces de poner atención a aquellos detalles, pero luego también practicamos desarrollar un sentido de cuidado y cariño por estos detalles, que pueden ir desde comer un plato de comida hasta experimentar una emoción que brota en un determinado momento. La actitud amable es tan constitutiva de la práctica como el cultivo de nuestra capacidad de atención.
Desarrollar un sentido de amabilidad básica hacia nosotros es fundamental en el camino de ir despertando a espacios más amplios de conciencia y sabiduría. Frente a la exigencia de ser siempre como creemos que deberíamos ser y sentirnos como creemos que deberíamos sentirnos, podemos soltar y abrirnos a la experiencia tal como es en cada momento, recibiéndola con la misma sonrisa con la que un ser muy querido nos recibiría. Cuando despertamos un sentido de amabilidad hacia nosotros mismos honramos la experiencia presente como algo único y maravilloso y la celebramos por el simple hecho de existir.
Tal vez ese anhelo por ser felices y sentirnos plenos puede ser satisfecho en el sencillo acto de detenernos y observar con aceptación y amabilidad. La maestra de meditación Sharon Salzberg sugiere que el camino hacia la verdadera felicidad es el camino de integrar y aceptar completamente todos los aspectos de nuestra experiencia. No se trata de ir a buscar allá afuera cosas que nos hagan sentir distinto, intentando controlar los ciclos de placer y dolor que en última instancia son incontrolables, sino que de ir abriendo nuestra mirada poco a poco hasta que seamos capaces de conectar y traer amabilidad a lo que sea que esté sucediendo.
La amabilidad trae consigo cierta ligereza que permite que las experiencias tomen su peso justo; las observamos profundamente, las acogemos y abrazamos por lo que son, pero a la vez sabemos que son transitorias. Las apreciamos, las contenemos, y luego las dejamos ir. Lo mismo ocurre en nuestra relación con nosotros mismos: en vez de vemos con la gravedad solemne con la que muchas veces solemos percibirnos, nos permitimos ser vulnerables, equivocarnos, ser imperfectos y darnos la oportunidad de comenzar de nuevo una y otra vez. Asimismo, cuando nos miramos con ojos amables se hacen más visibles nuestras cualidades, recursos y potencialidades, como también los regalos y privilegios que nos rodean.
Es importante recordar que aceptarnos y recibirnos con amabilidad no significa cerrarnos a la posibilidad de crecimiento y cambio, sino que todo lo contrario: es a partir de una actitud impregnada de amabilidad y aceptación, que el movimiento natural de transformación, evolución y aprendizaje hacia estados más íntegros y plenos puede darse orgánicamente, en paz, y puede ser verdaderamente disfrutado.

Práctica

Durante esta semana la invitación es a que lleves una mirada más amable hacia cada pequeño detalle de tu vida y de tu experiencia.

Primero puedes practicar el observar, o sentirte de una manera diferente a como te sientes. Muchas veces esta actitud de base conlleva a frustración, arrepentimiento, culpabilidad e incluso vergüenza. Estas sensaciones se pueden relacionar con el pasado (por ejemplo: actué como no debía actuar, hice lo que no debía hacer, reaccioné como no debía reaccionar), o con el futuro (no soy lo suficientemente bueno como para lograrlo, no tengo todo lo que me permitiría ser feliz, nunca seré capaz de estar verdaderamente acompañado, etc.)
Identifica estos patrones, emociones y pensamientos, obsérvalos, recíbelos y respira profundamente, permitiendo que se aligeren y suelten. Observa cómo éstas emociones pueden provenir de juicios y pensamientos, y practica reconocerlos como juicios y pensamientos, y no como realidades sólidas.

Cada vez que te sientas así, ya sea en pequeña o gran escala, intenta identificar los juicios y emociones que aparecen, y reemplázalas por un sentido de amabilidad hacia ti mismo. Puedes traer a tu mente la imagen de un ser que despierte en ti una sensación de acogida, amabilidad y compasión. Puede ser una persona que te tenga mucho cariño, una mascota, un maestro espiritual o alguien a quien no conozcas pero que te evoque esa sensación. Y luego intenta tratarte a ti mismo como ese ser te trataría, con una sonrisa amable, con un abrazo.

También puedes reconocer aquellas cosas que haces bien, y los recursos y cualidades que ya tienes disponibles y se manifiestan cada día. Hónralos y celébralo.

Observa con atención, y verás que estos elementos existen en abundancia.

¡Que tengas buena práctica!

Por último, puedes llevar tu mirada hacia aquellos elementos de tu vida que cotidianamente te permiten existir y te regalan sustento, alegría y belleza.

Fuente: REDMINDFULNESS

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